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Alguien tiene que morir


La España de los años 50', el franquismo y el que dirán, enmarcan la nueva miniserie de Netflix creada por Manolo Caro (La Casa de las Flores). Todo lo que sube tiene que bajar, y de eso sabe bien el elenco de primera línea de "Alguien tiene que morir", luego de la bochornosa caída en tendencias globales de Netflix. Cuando tocó el podio, las acciones bajaron y seguramente "Alguien... pagará los platos rotos".

Cecilia Suarez, ACTRIZ con letras mayúsculas, quien luego de cargarse al hombro La Casa de las Flores gracias a la pereza de Veronica Castro; dejó de lado la aletargada y graciosa forma de hablar de Paulina De La Mora, para encarnar a Mina Falcon, una señora acomodada que mezcla su acento mexicano y español y que "soporta" un matrimonio abusivo con Gregorio, protagonizado por Ernesto Alterio al cual se le nota el acento argentino, pero de eso no se habla. Ambos le dan la bienvenida a su hijo Gabino, a quien exiliaron en México durante la guerra. Gabino llega acompañado por Lázaro, un intimo amigo y prodigioso bailarín con el que recorrerán Europa. Pero los planes de su padre son otros, y la presencia de Lázaro le molesta no solo a él, sino a Alonso Aldama (Carlos Cuevas) . El pasado rebrota, los deseos no están permitidos en la época franquista, y la tensión sexual entre Gabino y Alonso debe ser reprimida porque es antinatural. Hasta la pobre de Carmen Maura se ve desdibujada apegándose al guión de Amparo, matriarca de la familia. Celosa de las tradiciones y costumbres y diseñadora de vidas "perfectas", como la de su hijo Gregorio, y la de Mina, su nuera. La puesta en escena es maravillosa, pero la historia no acompaña. Son solo 3 capítulos, donde lo mas repetitivo que harás es ver el reloj esperando el desenlace.

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