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Foto del escritorLeo

Vivir sin permiso


España nos tiene acostumbrados a muy buenas producciones, y también a desastres y tiempo perdido. Esta serie de dos temporadas, finalizada y disponible en Netflix, cumple con ambas condiciones.

"Nemo" Bandeira, es empresario y dueño de Oeste, una localidad ficticia gallega. Millonario y poderoso gracias a ser propietario de un sinnúmero de empresas en la región. Todas dentro de la ley, excepto por lo más rentable: el negocio de la droga.

Solamente Ferro, la mano derecha y fiel protector de Nemo; y Mario, su hijo del corazón, están al tanto de ese negocio. Es evidente que su esposa no da puntada sin hilo, y respecto a sus hijos, Nina y Carlos, son dos burgueses consentidos y heridos por internas familiares.

También tenemos a Lara, la hija extramatrimonial de Nemo, quien es su devoción e intenta cuidar en una caja de cristal del mundo que la rodea. ¿La frutilla del postre? Nemo se entera en los primeros minutos de la serie, que tiene Alzheimer. Y la única pregunta ante esta noticia es: ¿Quién continuará con el negocio familiar? La primera temporada es muy buena, tiene tendida una red de sospechas, traiciones y secretos muy bien elaborados; sumado a fuertes escenas de acción. La segunda temporada hace agua por todos lados. Suman una exorbitante cantidad de nuevos personajes, y la convierten en una serie racista y estigmatizante. Al negocio se suman "empresarios del sector" de México y Colombia, y con bastante ingenio, los guionistas te convencerán que Nemo (el local, el español) es el bueno y los extranjeros, casualmente mexicanos y colombianos, son los malos. Son quienes invaden, quienes roban, matan y traen problemas.

Al final resulta que los españoles daban trabajo, ayudaban a la gente, alguna vez habían enviado sicarios y matado algún que otro descarriado; alguna vez habían pagado millones en soborno pero esto no importa porque llegaron los latinos para hacer desastres en este tranquilo pueblo.

Una serie que en su primera temporada, sólo se lleva aplausos, y en la segunda se va por la puerta trasera y en el más sepulcral silencio.


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